Los estados totalitarios hicieron zozobrar los intentos de instaurar un nuevo orden pacífico tras la primera guerra mundial. Sus ambiciones expansionistas desembocaron en un segundo conflicto bélico, que duraría casi seis años.
Alemania y Japón se retiraron de la Sociedad de Naciones en 1933. En octubre de 1936 se armó una alianza entre Italia y Alemania, ya comprometida en el apoyo a los franquicias españoles. Un mes después, Japón se sumó al pacto, formalizando el Eje Roma-Berlín-Tokio, que se mantendría hasta el fin de la guerra. En 1937, el Imperio nipón invadió China. En 1938, Hitler anexó Austria, con el argumento de que se formaba parte de la “nación germánica”. Con idéntico razonamiento, reclamó la región de los sujetes, en Checoslovaquia. Ante tales movimientos se convocó una Conferencia en Munich, en setiembre de 1938. En ella participaron Gran Bretaña, Francia, Alemania e Italia. Convencidas de que los movimientos de Hitler se dirigirían hacia Europa Central, lo que reforzaba el “cordón sanitario” antisoviético, Francia y Gran Bretaña practicaron una política de “apaciguamiento” y concedieron a Alemania la anexión de los Sudetes, con la condición de que fuera su último reclamo territorial. Pero Hitler consolidó los acuerdos con algunos países centro-europeos y en la primavera de 1939 invadió Checoslovaquia. Finalmente, la amenaza nazi sobre Polonia decidió a las democracias occidentales a contener a los germanos, buscando incluso una alianza con la URSS. Pero llegaron tarde. En agosto de 1939, se produjo el más extraño de los pactos: Alemania y la URSS firmaron el acuerdo Molotov-Von Ribbentrop, que guardaba las espaldas de Hitler para volverse hacia Occidente y daba a Stalin la posibilidad de afirmarse.
La invasión a Polonia se concretó el 1º de setiembre de 1939 y en los días siguientes Inglaterra y Francia declararon la guerra a Alemania. La URSS, por su parte, avanzó sobre el este polaco, aparada en el acuerdo germano-soviético, que preveía repartirse el país. Durante el invierno siguiente, concretó la incorporación de las “repúblicas bálticas” y atacó Finlandia. La demora de la reacción franco-británica afirmó la idea de Hitler de una blitzkrieg o “guerra relámpago”, que destruyera al enemigo antes de que pudiera articular su defensa. En abril de 1940 los nazis conquistaron Dinamarca y Noruega. La derrota provocó la caída del ministro británico Neville Chamberlain, que fue sustituido por Wiston Churchill. Los ejércitosos alemanes arrasaron con Holanda, Bélgica y Luxemburgo, en pocas semanas, y a mediados de junio estaban a las puertas de París. Francia firmó un armisticio, pese al cual el noroeste del país fue ocupado, Alsacia y Lorena volvieron a Alemania y con el centro-sur se instaló un gobierno “títere” -el gobierno de Vichy- que colaboró con los nazis.
Gran Bretaña retiró sus tropas de Dunkerque, con grandes pérdidas. Hitler intentó pactar con ella el dominio del Viejo Continente, dejándole intacto el de su imperio, pero los ingleses decidieron resistir, enfrentando prácticamente en solitario los ataques alemanes durante todo el segundo semestre del 40 y la primavera del 41. Los bombardeos nazis sobre ciudades y lugares estratégicos puertos y aeropuertos, fábricas, rutas y vías férreas-, no lograron quebrar la resistencia británica, bajo la mano firme del primer ministro Churchill, al frente de un gobierno de unidad nacional. Finalmente, Hitler desistió de invadir la isla.
El mariscal Pétain admite la derrota: “Que todos los franceses se agrupen en torno al gobierno que presido durante estas duras pruebas, y hagan callar sus angustias para no obedecer sino a su fe en el destino de la patria.” Mensaje radial del mariscal PÉTAIN, 16 de junio de 1940 De Gaulle llama a la resistencia: “¡Francia no está sola! ¡No está sola! ¡No está sola! Esta guerra no está limitada al desgraciado territorio de nuestro país. Esta guerra es una guerra mundial. […] Suceda lo que suceda, la llama de la resistencia francesa no debe extinguirse y no se extinguirá.” Mensaje radial del general DE GAULLE, 18 de junio de 1940
En el bienio 1941-1943 la guerra se expandió a nuevos escenarios. La URSS, Estados Unidos y Japón entraron de lleno en la contienda, que terminó por involucrar a todo el planeta.
En tanto abandonaba el objetivo inglés, Hitler afirmó su posición en Europa Central y los Balcanes. Entre abril y junio del 41 ocupó Grecia y Creta, sentando importantes bazas en el Mediterráneo. Mussolini, por su parte, había abierto un nuevo frente en el norte de África. Egipto fue el primer objetivo, pero la idea de cerrar el viejo Mare Nostrum romano. El plan no solo amenazaba las colonias anglo-francesas, sino que permitía una llave de acceso a las regiones petroleras del Cercano Oriente. Alemania envió al mariscal Rommel en ayuda de Italia. La “batalla de África” se extendió entre marzo de 1941 y octubre de 1942 y terminó con la victoria franco-británica. Recuperada toda la costa, desde Casablanca hasta El Cairo, África se convirtió en cabeza puente para el asalto aliado a Italia.
Tan sorpresivamente como cuando había firmado el acuerdo con su archienemigo en 1939, Hitler decidió invadir la URSS a comienzos del verano de 1941. Las potencias del Eje -incluido Japón, que consolidaba posesiones en Asia- a hablaban de un nuevo “orden mundial”, donde no había lugar para el comunismo. Los soviéticos firmaron un pacto con Londres. En los primeros meses, el “plan Barbarroja” tomo desprevenido a Stalin. Los ejércitos alemanes -más de 3 millones de hombres- desplegaron una arrolladora avanzada en tres direcciones: hacia el norte, con objetivo en Leningrado; hacia el centro, apuntando a Moscú, y hacia el sur, a las ricas zonas de Ucrania y el Cáucaso. Pero la ventaja no pudo sostenerse; los enormes recursos humanos y materiales de la URSS se pusieron en juego en una resistencia que no escatimó sacrificios. La contraofensiva soviética detuvo a los alemanes a las puertas de Moscú, mientras Leningrado resistía el asedio. Una vez más, el invierno fue el aliado de la URSS. Detenidos durante meses en el frente, los alemanes se encontraron ante una ofensiva más extensa que la esperada. Recomenzadas las operaciones, en la primavera del 42, Hitler jugó su última carta en el sur. La batalla de Stalingrado, donde la ciudad resistió tenazmente, culminó con la victoria soviética en enero de 1943 y marcó el punto de inflexión de la guerra. Ahora fueron los aliados los que, en la Conferencia de Casablanca de ese mismo mes, comenzaron a hablar de la rendición de Alemania.
HAMBRE (IV)
“Nada, quizá, tan terrible como el hambre para los habitantes de los países en guerra. Disminuida la producción y el intercambio de alimentos, aceptada la prioridad de abastecimiento de las tropas en el frente o los destacamentos de ocupación, como en el caso francés, y privadas las industrias bélicas sobre las de consumo -incluido el alimentario-, el aporte de alimentos se enrareció, y se agravó con la duración del conflicto. […] Un día tras otro, en Europa occidental, hombres y mujeres vivieron preocupados de manera obsesiva por conseguir alimentos, por sobrevivir a toda costa. La humillante pugna de cada día, la red de pequeños intereses que aprovechaba el hambre de los demás para prosperar, se convirtió con frecuencia en un medio en el que proliferaron delitos y sumisiones.”
Los dos últimos años de la guerra asistieron al cambio de rumbo que consagró, finalmente, el triunfo aliado.
Hasta 1941, Estados Unidos se mantuvo al margen del conflicto, a pesar del apoyo a los aliados en armas y abastecimientos. pero la ofensiva japonesa en Oriente comprometía su hegemonía en el Pacífico. En agosto de 1941, Roosevelt y Churchill suscribieron la Carta del Atlántico, a la que adhirió Stalin al mes siguiente. El 7 de diciembre de 1941, un ataque japonés a la base de Pearl Harbour, en Hawai, provocó la declaración de guerra estadounidense a Alemania y Japón. En el primer semestre del 42, los japoneses tomaron la iniciativa avanzando sobre Hong Kong, Birmania, Malasia, Filipinas y Nueva Guinea, desde donde pensaban invadir Australia y la India. La lucha aérea y anfibia se libró con dureza y la derrota del general MacArthur en Filipinas pareció dar la victoria definitiva a Japón. Pero la batalla de Midway, en junio, cerró la ruta a Hawai y cambió la suerte de la guerra. La victoria estadounidense de Guadalcanal, en febrero de 1943, lo confirmó. En el otro extremo del mundo, la “batalla del Atlántico” auguraba la victoria de los submarinos alemanes en el primer semestre del 42. El programa de construcciones navales estadounidenses, sin embargo, invirtió esta ventaja y cubrió la retaguardia de los futuros desembarcos aliados en el Mediterráneo.
Las nuevas posiciones en el Mediterráneo permitieron el desembarco aliado en Sicilia, en el verano del 43. A consecuencia de ello, el rey Victor Manuel III destituyó y arrestó a Mussolini. Su sucesor, el mariscal Pietro Badoglio, comenzó negociaciones secretas para la paz, que se firmó en setiembre.
Entretanto, en un audaz operativo, las tropas alemanas invadieron Italia y lograron liberar a Mussolini. El Duce fundo la República Social Italiana, al norte de la península, mientras los ejércitos aliados, apoyados por los partisanos de la resistencia, proseguían la ofensiva en el sur.
Los aliados buscaron cerrar la “pinza” sobre los alemanes con la apertura de un nuevo frente en el oeste europeo. El plan culminó en una de las maniobras más espectaculares de la guerra: el desembarco en Normandía. Venciendo la vigilancia del espionaje alemán, el 6 de junio de 1944 -el Día D-, tropas a erotransportadas inglesas y estadounidenses al mando del general estadounidense Dwight Eisenhower, arribaron a la costa septentrional de Francia. Coordinados con la resistencia francesa, que había tenido un activo papel en los años previos, los aliados concretaron un segundo desembarco en Provenza, dos meses después. El doble movimiento consiguió liberar París, el 25 de agosto. Fue un triunfo tan estratégico como simbólico, que provocó un último intento de Hitler en las Ardenas, a comienzos del invierno. Su derrota anunciaba la cercanía del fin.
El último episodio del conflicto inauguró un tiempo distinto para la humanidad, que tenía por primera vez a su alcance un arma para la destrucción total.
Mientras los “tres grandes” -Churchill, Roosevelt y Stalin- se reunían en Yalta, en febrero de 1945, para repartirse el mundo después de la guerra, los soviéticos avanzaban sobre Europa Central, en dirección a Berlín. Otro tanto hacían las tropas americanas desde el oeste. Ambos ejércitos se encontraban a 100 kilosetros de la capital alemana, en marzo de 1945. Cercado y sin posibilidad de reacción, Hitler se suicidó en su búnker, el 30 de abril, junto con sus más directos colaboradores. En ese mismo mes, los partisanos italianos habían capturado a Mussolini, que fue ejecutado y colgado en una plaza pública de Milán. El último gobierno del Reich duró apenas una semana, hasta que el mariscal Doenitz firmó la capitulación incondicional de Alemania, los 7 y 8 de mayo de 1945.
Para la primavera del 45, quedaba Japón como último bastión del antiguo Eje, decidido a no ceder el Pacífico a los americanos. Su poderosa flota y la acción de sus kamikazes implicaron una larga lucha para los estadounidenses, que avanzaban lentamente de isla en isla. Durante las batallas de Iwo Jima y Okinawa, los bombarderos estadounidenses arreciaron sobre las ciudades y centros industriales, pero la resistencia japonesa parecía invulnerable. La batalla en Filipinas se estancó durante meses. Fue entonces que el presidente Harry Truman, sucesor de Roosevelt a su muerte, tomó la decisión que cambiaría el futuro de la guerra y del mundo. El 6 de agosto de 1945, una bomba atómica cayó sobre Hiroshima y, tres días después, otra arrasó Nagasaki. Las negociaciones de paz se iniciaron de inmediato y la rendición de Japón se firmó el 2 de setiembre de 1945.
La decisión de fabricar la bomba atómica se produjo frente a la derrota francesa; para ello se reunieron científicos de varios países. Utilizadas finalmente para forzar la rendición japonesa, las bombas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki provocaron, respectivamente, 70.000 y 60.000 muertos. Sigue en pie el problema de las secuelas que las bombas nucleares han dejado en la salud de la población y de las generaciones siguientes.
En el plano político, la victoria aliado confirmó una reorganización de las hegemonías mundiales. En junio de 1945, antes de que el último enemigo estuviera fuera de juego, la Conferencia de San Francisco proyectó la creación de un nuevo organismo internacional, con el objetivo de preservar la paz mundial y los derechos humanos: la Organización de las Naciones Unidas. Un mes después, en la Conferencia de Postdam, Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos y la Unión Soviética acordaron ocupar militarmente Alemania y dividirla en cuatro zonas -cada una bajo la hegemonía de uno de ellos-, con control de un consejo intercalado. Se definieron allí las nuevas fronteras de Europa y se afirmaron las esferas de influencia de Estados Unidos y la Unión Soviética que por haber aportado decisivamente al triunfo se convertirían en las potencias y la Unión Soviética que por haber aportado decisivamente al triunfo se convertirían en las potencias de la segunda mitad del siglo xx. Con más de 55 millones de muertos -entre ellos 6 millones de judíos exterminados por los nazis-, la segunda guerra dejaba tras de si una Europa materialmente destrozada y un futuro incierto para el mundo. Los años que siguieron debieron reconstruir economías, recomponer sociedades fragmentadas y asegurar la imposibilidad de una catástrofe militar.