Uruguay: sus primeras décadas de vida independiente.
AUTORES: Washington Reyes Abadie y José Claudio Williman (hijo)
AUTORES: Washington Reyes Abadie y José Claudio Williman (hijo)
El conflicto que la historiografía tradicional ha denominado “Guerra Grande” constituye, en verdad, la expresión rioplatense de una peripecia más vasta: la expansión y penetración en las regiones periféricas a Europa de las potencias industriales en busca de materias primas y productos alimentarios y de la colocación de manufacturas. Protagonista de esta expansión había sido Inglaterra, primera en realizar la Revolución Industrial.
Su conexión con el mercado regional hispanoamericano databa ya del siglo XVIII bajo el régimen borbónico español y sus comerciantes y marinos actuarían en forma decisiva, en oportunidad de la gran crisis de 1810, en favor de los súbditos americanos de Fernando VII y sus ansias de “gobierno propio” y “comercio libre”. Pero al promediar el siglo XIX y luego del advenimiento de la monarquía burguesa de julio, Francia iniciaría también su expansión, encarando como una zona propicia el Río de la Plata. La ventaja inglesa, derivada de su dominio del mar y de los convenios comerciales suscritos con la Confederación Argentina, impondrían a Francia su acción compulsiva.
Empero, los comienzos de la radicación de inmigrantes franceses en el Río de la Plata habían sido fáciles y realizados con la complacencia general de los patriciados criollos, seducidos por el relumbrón de las novedades ideológicas y de las modas importadas de la nación gala. Sin embargo, la caída del patriciado mercantil porteño, que constituía el núcleo directivo del partido unitario, y su sustitución por el grupo de hacendados saladerístas bonaerenses, acaudillado y representado por Juan Manuel de Rosas, vendría a alterar este pacífico mundo de relaciones. En efecto: el grupo económico representado por el “Restaurador” no tenía una dependencia necesaria y absoluta con relación a los tradicionales proveedores y clientes ingleses y mucho menos aun respecto de los recién llegados franceses. Su mercado exterior eran los consumidores del “charque”, o sea las poblaciones esclavas de Estados Unidos, Cuba y Brasil. Esto daría ocasión a Rosas para erguirse como protector del desarrollo económico del que eran indudables propulsores él mismo, sus primos Anchorena y sus asociados Terrero, de las industrias derivadas de las provincias del interior, dirigidas por caudillos de indudable raíz popular y federal, mediante la Ley de Aduanas de 1835.
La elevada tasa del 35% al 50% de su valor era impuesta a todas las mercancías competitivas de las de producción nacional y las exportaciones pagaban un módico 4% que incluso era eliminado para las manofacturas del país, las carnes saladas embarcadas en buques nacionales, las harinas, lanas y pieles curtidas; pero los cueros, imprescindibles a la industria extranjera y cuyo proveedor casi único era el Río de la Plata, debían pagar ocho reales por pieza, lo que equivalía, aproximadamente un 25% de su valor. Asimismo, las producciones pecuarias del Uruguay y las de Chile que vinieran por tierra eran libres de derechos, en clara afirmación de una política de firme solidaridad americana. El proteccionismo de Rosas provocaría la indignada reacción de los librecambistas -especialmente industriales- que movieron a sus gobiernos a intervenir primero diplomáticamente y luego por medio del bloqueo naval.
Montevideo, la vieja rival de Buenos Aires, y estimulada ahora en sus recelos por la presencia de una calificada emigración unitaria porteña y de una numerosa colonia francesa, vendría, de hecho, a convertirse en la base de operaciones de la escuadra y del comercio clandestino de tránsito hacia las provincias del litoral argentino, que recibían tales mercancías a cambio de sus productos pecuarios, eludiendo el puerto y aduana únicos de Buenos Aires que los ganaderos federales mantenían tan exclusivo como los antiguos mercaderes unitarios… Impotente el general Manuel Oribe para impedir la desembozada acción de los agentes franceses en el Uruguay -ya entendidos éstos con el caudillo Rivera y la titulada “Comisión Argentina” de los unitarios emigrados- y dividido ya en “facciones” el patriciado oriental, que había sido su natural soporte político, debió resignar el mando bajo protesta y buscar la natural alianza del gobernante porteño. En el drama bélico que habría de encenderse entonces, jugaban, pues, los intereses encontrados de los grupos dominantes de las respectivas ciudades-puertos -ganaderos y saladeristas federales en Buenos Aires, comerciantes y especuladores en Montevideo- y de las regiones del interior artesanos y productores- y los del Litoral saladeristas y hacendados de Entre Ríos y Uruguay-.
La acción francesa y sus consecuencias en la alteración de la paz en el Río de la Plata serían rápidamente advertidas por el poderoso núcleo de comerciantes británicos radicados en Buenos Aires y, a su vez, por los ricos industriales exportadores de las grandes ciudades fabriles de Inglaterra. De ahí que concurrieran ambos núcleos, enérgicamente, ante el gobierno inglés, para solicitarle su intervención conjunta con Francia, para poner fin a la guerra y restablecer la corriente de comercio, abriendo asimismo, la navegación de los ríos Paraná, Paraguay y Uruguay a las banderas extranjeras y dando con ello acceso directo al Interior y Litoral al mercado mundial. Esta perspectiva de los lúcidos mercaderes británicos sería la que, en definitiva, habría de conmover las aspiraciones de la aristocracia terrateniente y mercantil del Imperio de Brasil, de la ciudad de Montevideo -emporio del tránsito platense durante los bloqueos de Buenos Aires- y de Justo José de Urquiza, representante de los hacendados y saladeristas del litoral argentino, pospuestos indefinidamente en sus ansias exportadoras por el exclusivo “porteñismo” de Rosas…
En Uruguay, por lo demás, el conflicto había puesto de relieve la sustancial antinomia económica del país: la ciudad-puerto y la pradera. En la primera -mercantilista, cosmopolita, liberal – el sector del patriciado, que prefirió la divisa “colorada” para definir con ella una actitud de predominio y usufructo exclusivo de las rentas derivadas del comercio exterior, antes que someterse a la austera “neutralidad” de Oribe, gestó toda una estrategia, tendiente a consolidar la relación de dependencia con los proveedores y clientes ingleses y franceses – luego con Brasil- que le garantizara su posición de privilegio en el comercio de tránsito del Río de la Plata. En la segunda productora, criolla, tradicional – en vez, fueron los patricios “blancos” de mentalidad industriosa, principalmente saladeristas, los intérpretes de una política “nacionalista”, reacia a la dependencia externa, en vista de una solidaridad americana, que respondía adecuadamente a la ubicación de sus mercados de exportación – Brasil y Cuba – y al estilo vital de los jinetes de la ancha pradera rioplatense y sudatlántica. Pero el enlace de los intereses de Gran Bretaña con el expansionsimo del Brasil imperial y la avidez especulativa del alto comercio montevideano, más la defección de los hombres del litoral, determinaría la inexorable derrota de la pradera oriental, imposibilitada de subsistir al cerrarle en ambas fronteras el “mercado alterno” con que hasta entonces había resistido el cerco extranjero y la pérdida de los muelles montevideanos.
¿Qué actividad económica es la que define mejor las primeras décadas del Uruguay independiente?
Señalar la “antinomia” mencionada en el texto antes y después de la Guerra Grande presente en Uruguay.
Defina económicamente los siguientes grupos: colorados-unitarios y blancos-federales. Represéntalo a través de un esquema.
¿Qué papel jugó el Imperialismo europeo en materia económica?