En los primeros meses de 1887 comenzó lo que la historiografía tradicional, recogiendo el consenso público, ha denominado la “Época de Reus”, reconociendo en el personaje que le da nombre -Emilio Reus-, el protagonista de dicho período de euforia y especulación. Esto no era otra cosa que el reflejo local de la evolución económica europea. A partir de 1880, en efecto, habían tenido lugar importantes hechos nuevos en el desarrollo del capitalismo, con la aparición de “cartels”, los “holdings” y los “trusts”, que sobrepasan los estrechos cuadros de los estados y trascienden con su especulación a los más vastos teatros del mundo. La disputa enfervorizada por las materias primas requeridas por el gran desarrollo tecnológico, principalmente minerales, determinaron la formación y crecimiento vertiginoso de grandes compañías que colocarían sus acciones, en alza creciente, entre el público, que las adquiría con avidez.
Fue por entonces que la sociedad montevideana sintió abrirse amplios horizontes de riqueza, capaces de otorgarle el confort y el lujo y la posibilidad de ascenso social. El pequeño capitalista o ahorrista que compraba acciones de las empresas que proliferaban en el país, estaba movido por sinceros impulsos progresistas, pero simultáneamente buscaba ganancias que le permitieran disfrutar de las ventajas que el mismo daba. Pronto subordinaría el resultado efectivo de las empresas a su afán de ganancias, aunque este fuera a costa de las mismas empresas de las que era accionista: se había entrado en la pura especulación. Pero la especulación real, la gran especulación, de efectos creadores, aunque de grave riesgo, era obra de un pequeño número de capitalistas, entre los que sobresalía Emilio Reus, quien con Eduardo Casey, Emilio Bunge, Tomás Duggan y Eduardo Ayarragaray, argentinos de opulenta fortuna, habían fundado el “Banco Nacional”, autorizado por ley del 24 de mayo de 1887.
El talento de Reus, verdadero conductor del banco, tendía a promover el espíritu de inversión de los capitales de los pequeños ahorristas, hasta entonces detenidos por falta de oportunidades, en una plaza tradicionalmente conservadora y movida por los intereses de los comerciantes vinculados al comercio exterior -barraqueros, consignatarios de frutos del país, importadores- que cifraban sus máximas expectativas de lucro en el seguro atesoramiento de la moneda metálica, con que regía sus operaciones y se amparaba en toda posible oscilación del signo monetario nacional. Pero naturalmente ese desarrollo, en cierto modo febril, característico de toda “pubertad” del capitalismo, al movilizar a numerosos estratos de la población, sustrayéndolos de la pasiva condición de consumidores para incorporarlos al giro de los negocios y a la participación de las utilidades, mediante los instrumentos habilitantes de las acciones de las sociedades anónimas y de los billetes de papel moneda, configuraba un impulso de acelerada inflación en los precios de los bienes inmobiliarios y en general de todos los valores, que distorsionaba la plaza y amenazaba arrastrar en su movimiento a los cautos poseedores de moneda metálica, que buscaron atrincherarse en sus arcas.
Esta conducta del sector tradicionalmente “orista” -encabezado por el Banco Comercial y de Londres, que restaron así el apoyo sustancial de sus fuertes reservas a las emisiones de papel moneda, que a su vez restringieron al máximo- determinaría, fatalmente, que el Banco Nacional quedara en la difícil coyuntura de ser el máximo acreedor del estado y a su vez deudor por sus billetes ante los particulares, empeñados éstos, ante el primer rumor de crisis, en hacer efectivos en metálico el valor de sus papeles “al portador y a la vista”, únicos que, de hecho, quedaban en circulación. Por lo demás, las colocaciones del Banco Nacional en terrenos y en acciones de compañías en proceso de instalación y desarrollo, harían en extremo pesada su cartera, cayendo irremediablemente en la imposibilidad de convertir los billetes presentados al cobro, cuando, además, los corresponsales y acreedores del exterior -principalmente de Londres- se negaron a respaldo con nuevos créditos.
Empero, la gestión del banco había sido fecunda. Como promotor de la iniciativa privada en materia industrial y agrícola, el banco concedía préstamos hasta $1.000, con amortización trimestral del 10% y al interés del 10% anual, lo que permitía que un pequeño artesano o chacarero amortizara sus créditos en dos años y medio, permitiéndole devolver el capital recibido, más moderado interés, con el producido de la venta de los bienes generados por el capital. Asimismo, había posibilitado a los pequeños ahorristas la obtención de ganancias importantes con la colocación de acciones en compañías como la Fábrica de Fósforos de Villemur, la Cervecería Montevideana, la Cooperativa Telefónica Nacional y la Vitícola Uruguaya, cuya solidez y permanecía, hasta muy adentrado el siglo XX, testimonian el acierto de sus gestores y la eficacia del apoyo crediticio brindado por el Banco Nacional.
ACTIVIDAD
¿Por qué se destaca a Emilio Reus como "arquetipo" del hombre capitalista de la época? Busca datos de su biografía (haz click en su foto).
Relacionando lo trabajado sobre "Los Bancos y la Moneda", Emilio Reus ¿sería "conservador" o "liberal"?
Comenta la gráfica que se presenta más arriba. ¿Qué nos dice de la economía del Uruguay de finales del s. XIX?